Mario Vargas Llosa habla en uno de sus libros del dato escondido. Un dato que el autor no entrega, que guarda como un mago guarda un conejo en el sombrero para llamar la atención del público. El dato escondido puede ser revelado en el final del cuento, o el autor puede decidir no dar esa información y dejar al lector pensando en el asunto. Lo importante es que el lector debe notar que el dato está faltando, debe sufrir por esa ausencia que será sentida como una parte del quiebra cabezas de la historia, ya que la narrativa moderna huye del camino lineal para ganar en profundidad.
La profundidad del cuento, los vastos recursos de ese género literario y la característica moralizadora de algunos cuentos antiguos hace pensar a algunas personas que el cuento puede ser una guía para la vida.
Un cuento puede inducir el pensamiento, señalar caminos, pero... ¿Será que puede presentar soluciones hechas para la vida? Por ejemplo, para Jorge Luis Borges, el cuento, el mundo ficcional abre nuevos caminos para el hombre. Esos caminos desconocidos no son planos y fáciles, pueden ser caminos íngrimos, llenos de rocas y de obstáculos. Pueden ser caminos que provoquen miedo, dudas o cuestionamientos. Puede ser que el lector al leer un cuento que lo conmueva se sienta incomodo e inseguro en su mundo, pues sabemos que el ser humano como ya lo dijo el filósofo cordobés Séneca, a pesar de ser mortal vive como si fuese inmortal. Hace planes para el futuro y piensa que su futuro es algo y que está muy bien programado, cuando en realidad, no sabe si va a vivir por mucho tiempo, o si solamente le queda un día de vida.
En Inquisiciones Borges se pregunta cuál es la razón para ponernos inquietos al pensar que don Quijote pueda ser el lector de don Quijote y Hamlet el espectador de Hamlet. Según la opinión de ese gran escritor, esas inversiones sugieren que los personajes pueden también ser lectores, o ser espectadores y que nosotros, que nos pensamos los únicos lectores y espectadores, podemos ser personas ficticias. El asunto desafía nuestra imaginación. Perdemos el lugar confortable, seguro, y pasamos a una dimensión en la cual las posibilidades se tornan realmente infinitas.
Borges desconfiaba de cualquier filosofía, religión o literatura que no diese lugar a la duda. Para él, como para muchos intelectuales, querer tener una verdad inmutable era sinónimo de ignorancia y fanatismo, porque siendo el hombre un ser sometido al espacio y al tiempo, sometido al destino, su vida no puede ser sino un constante descubrimiento, un proceso de aprendizaje, de mudanza, de cambio. Algo dentro de nosotros desea que seamos coherentes. ¿Será eso posible? ¿La vida es coherente? ¿Los acontecimientos se producen siempre de la manera que esperamos?